domingo, 27 de enero de 2013

Vallas al campo


Es curioso que con un poco de cultura no sólo musical sino también histórica, se observan con mucha facilidad los patrones de comportamiento que tiene la sociedad a lo largo del tiempo. Se podría caer en el error de creer que poco o nada tenemos que ver con la forma de pensar de antaño, si nos apoyamos en lo que sólo se ve a simple vista. Hay claves, sin embargo, que nos permiten observar cómo la historia se repite una y otra vez en pequeños detalles, a veces imperceptibles. Este quizá no lo sea tanto: y es la represión musical.

Siempre, incluso ahora con la cantidad inabarcable de géneros musicales y la supuesta mente abierta de la que hacemos gala, va a haber cierto tipo de música que no nos agrade. Y es muy posible que esta música sea la que tome las riendas del próximo siglo en cuanto a creación sonora se refiere, y es más: que no nos lo creamos. Puede que pensemos que una corriente artística en concreto tendrá un ciclo de vida tan corto que se perderá en la niebla del tiempo; y puede que así sea. Pero, ¿y si resulta que no es así? ¿Y si sobrevive, evoluciona y se ramifica? ¿O, aunque se pierda, se rescatará mucho tiempo más tarde y se encumbrará como género musical histórico?

No he podido contener un escalofrío al imaginarme el reggaeton en los libros de historia de la música. Tras esto, continúo.

Esto viene a colación de la personalidad que ilustra esta entrada: Bernardo de Claraval, más conocido como San Bernardo. No sólo ejerció una importante influencia sobre la vida religiosa y política de Europa a finales del s. XI, sino que también fue un gran impulsor del canto gregoriano. Y al decir esto nos tenemos que dar cuenta de que defender algo significa, en la mayoría de los casos, rechazar otra cosa. Así pues, este hombre procuraba mantener el género musical puro y sin ser corrompido, ya que pertenecía a la Iglesia y debía servir unicamente como herramienta para llegar a Dios, y no al disfrute. 

Sus esfuerzos eran entendibles; pero, si hubiera visto la historia de la música desde nuestra perspectiva, que tenemos el conocimiento de siglos enteros en la palma de nuestra mano, quizá se habría dado cuenta de que no podía hacer nada contra ello. Tarde o temprano, la evolución ganaría la batalla. No se le pueden poner vallas al campo.

martes, 22 de enero de 2013

San Desagustín



Cuando hablamos de filosofía o estética medieval en la Edad Media, es imposible llegar a entender el pensamiento de la época sin mencionar por lo menos a San Agustín de Hipona. Su manera de entender el sentido de la vida y todo lo que la rodea no dejan de ser las características de las de un hombre religioso de su época, y actúa conforme a ellas, utilizando la fe  y la razón como argumentos principales para sus escritos.

Hasta ahí, todo correcto. El problema es cuando ahondas en su vida personal y la comparas con sus pensamientos: es entonces cuando te llevas las manos a la cabeza y, al menos en mi caso, no puedes evitar pensar: "qué mal me cae este hombre".

Explico brevemente, para pasar rapidamente a hablar sobre sus opiniones sobre la música (¡porque esto no deja de ser un blog sobre música!). San Agustín, Agus por los amigos: abandonó el camino del cristianismo en el que muy pacientemente le había inculcado su madre para ir rebotando de religión en religión porque ninguna le convencía. Se fue hacia Roma, burlando y dejando en tierra a su madre enferma (buen chico) para al final convertirse a una nueva religión. ¡Y sorpresa! ¡Es el cristianismo! ¡La misma fe que rechazó de parte de su madre! Por supuesto, agradeció lo suficiente a su progenitora que hubiese intentado llevarlo por el buen camino; y por eso mismo declaró que la mujer servía únicamente para concebir. Definitivamente una gran persona, este San Agustín*.

Después de echar una ojeada a su tormentosa y caótica vida personal, uno podría pensar que su filosofía fue chocante para la época, para la religión que había abrazado, para la sociedad que le rodeaba. Pero nada más lejos de la realidad. San Agustín, esa persona nada anacrónica y totalmente fiel a sus principios, expone el arte y, sobre todo, la música, como algo "ordenado, compuesto por números y simétrico". Como si fuera un animal despiezado, crea categorías para los ritmos y los agrupa. Indica cuales son buenos y cuales no, basándose en teorías neoplatónicas. San Agustín es la extensión del pensamiento filosófico de la antigüedad, pero con las ideas aún más constreñidas. No fue ningún visionario ni mucho menos; si eso, podríamos adjudicarle un logro histórico por la frase más obvia jamás pronunciada por un filósofo:


Un caballo representado en un cuadro no puede ser un verdadero caballo porque, de lo contrario, el cuadro no sería un verdadero cuadro.
*Como dato curioso: la madre de San Agustín, Mónica, fue nombrada santa por la Iglesia Católica. No puedo hacer otra cosa que estar completamente en desacuerdo con este hecho: no se merece ser una santa. Se merece, como poco, ser un dios; porque no comprendo cómo un ser humano puede tener tanta paciencia.