domingo, 5 de mayo de 2013

Dioses artistas


Las musas me han abandonado.

Cuando hablamos de las musas como avatares de la inspiración, probablemente no somos conscientes de que el concepto que tenían los griegos de la creación artística difiere bastante de la nuestra. Ellos pensaban en la inspiración como un estado de éxtasis en el que se bebía el pensamiento de los dioses. Por lo tanto, las invocaciones a las musas no dejan de ser oraciones, en las que se confía en un ser superior para obtener lo que se desea.

La visión de la inspiración artística varía a lo largo de la historia pasando del teocentrismo al humanismo, como básicamente todas las ramas del pensamiento filosófico. Es bajo esta nueva concepción del arte sobre la que escriben autores como Sidney o Sarbiewsky.

Sólo el poeta, desdeñando verse atado por dicha sujeción y elevándose sobre el vigor de su inventiva, puede extenderse efectivamente hasta otra naturaleza, al hacer ciertas cosas mejores que las producidas por esta o incluso nuevas formas que no existen en ella, como Héroes, Semidioses, Cíclopes, Erinnias, Furias y cosas semejantes. [...] La misma naturaleza nunca presentó la tierra en tan ricos tapices como los que hicieron algunos poetas. [...] Pues su mundo es de cobre y sólo los poetas nos lo ofrecen de oro.
Philip Sidney, The defence of  Poesie, 1954

El poeta no reproduce las cosas que imita cómo son, sino cómo podrían o deberían ser, de tal forma que se les atribuye una cierta existencia y las crea, de alguna manera, por segunda vez. [...] El poeta es el único que, a su manera, a semejanza de Dios, mediante la expresión y la narración, al hacer que algo, por así decir, exista, consigue que aquello mismo cuanto es a partir de él mismo exista enteramente y sea creado casi como por primera vez.
 M.K. Sarbiewsky, De perfecta poesi, 1623 


Así pues, la evolución está clara: hemos pasado de creer que la inspiración viene de los dioses, a creer que somos los creadores de nuestras creaciones artísticas. Somos los dioses de nuestros corales y nuestras invenciones, nuestros relatos, nuestras poesías y nuestros mundos de fantasía. Lo mejor es que, una vez sabido, es imposible negarlo. Lo peor es que quizá no seamos conscientes del abandono de nuestras obras, de forma que en sus mundos particulares, sin el cuidado de su dios-artista, no les vaya tan bien.

Quizá nuestro dios-artista también nos abandonó hace tiempo.